“Como psicoterapeuta, maestra de kindergarten y como mamá, sé que soy una de las personas que más daño puede causarle a mi hijo.”
Yo, como psicoterapeuta, maestra de kindergarten y como mamá, sé que soy una de las personas que más daño puede causarle a mi hijo. Lo amo y sé que muchas mamás se sienten así por sus hijos, pero inevitablemente somos una de las figuras que le causarán mayor dolor a nuestra pequeño.
En mi convivencia diaria con niños de 3 y 4 años me doy cuenta que el trato que tienen los padres a sus hijos puede ir en dos vías: de abandono y de sobreprotección, las dos igual de dañinas. El abandono los hace ser niños inseguros, enojados, resentidos; la sobreprotección los hace inútiles, incapaces de sobrepasar retos, frustrados ante los obstáculos que se les presenten y donde mami no puede ayudarlos.
No hay solución mágica ni receta secreta para ser el mejor papá o mamá, pero lo importante es ayudar a nuestros hijos a que alcancen su independencia y que en un futuro sean adultos con el poder de actualizarse y responsabilizarse de sus acciones y de cómo deciden vivir.
El trabajo de una mamá no es nada fácil, y más si se le suma el trabajo fuera y dentro de casa. Los niños necesitan ser niños, necesitan experimentar, caerse, ensuciarse, correr, gritar, desordenar. También necesitan ser felices y aún más importante, necesitan saber que así como la felicidad, existe la tristeza, el enojo y el miedo, que son sentimientos que como adultos muchas veces evitamos y anulamos en los niños pensando que así los protegemos, cuando en realidad los confundimos y taponeamos vías de expresión sanas.
Un niño al que se le dice “el que se enoja pierde” o “los niños no lloran”, es un adulto que el día mañana cuando se le presente ese sentimiento que no estaba permitido de niño, no va a saber cómo expresarlo y utilizará otro sentimiento como vía alternativa de expresión, creando más confusión en él y más vacío por no saber realmente qué quiere expresar, pudiéndolo haber hecho de manera sana y directa.
Los niños son esponjas y lo que constantemente les repetimos, sean críticas o juicios de valor, se les quedan impregnados y son aspectos o características que en un futuro van a desarrollar y que les impedirán crecer y ser personas plenas pues están llenos de “deberías” y etiquetas que les fuimos colgando de niños y que tanto les repetimos, que es algo que ahora ya lo define como adultos. Donde al fin y al cabo es como les dijimos que fueran y no como quieren ser.
La diferencia de todo esto está en saber escuchar, en dejar libre su decisión sin perder la autoridad como padres, ya que también la educación y las reglas es una manera de demostrar el amor, pues eso también les da un rumbo y los orienta. Encontrar el equilibrio no es tarea fácil, pero estaría bien empezar por nosotros mismos como padres, sanar para poder educar con responsabilidad y de la manera más asertiva posible.