Caminando por el súper en la sección de frutas y verduras, me encuentro con un niño energético de 6 o 7 años de edad. Cómo más puede ser un niño a esa edad. Está emocionado tocando y oliendo cada fruta que está en el estante. Está acompañado por su mamá, aunque no sé qué tan acompañado realmente.
“Mamá yo te ayudo a escoger los limones”. No hay respuesta.
“Mamá soy súper bueno para escoger limones”. Sigue el silencio.
“Ya traigo la bolsa mamá, déjame escoger los limones”. Sin respuesta.
Mi mirada se clava en la madre que se encuentra sumida en la pantalla de su celular. Una y otra vez el niño emocionado esperó su respuesta que nunca llegó. Ni siquiera una mirada obtuvo de la persona que tal vez confía más.
¿Realmente estaban conviviendo?
¿Eso era compartir un momento con su hijo?
¿Cuántas veces nosotros como papás estamos “acompañando” a nuestros hijos pero sin estar presentes, sumidos en el celular o demás tecnología?
¿Cómo se sentiría ese niño que no recibe respuesta, si quiera una mirada de la figura máxima de amor para él?
Estar presentes no es suficiente. ¿Qué importancia tiene mi hijo? ¿Qué mensaje le estoy dando? ¿Cómo se va a valorar si yo no valoro el tiempo compartido con él?