Muchas veces queremos decir lo que pensamos y sentimos. Eso nos hace tener un peso menos. Pero qué pasa si esto nos genera más conflictos de los que intentamos resolver. La mayoría de los conflictos se dan porque la comunicación se vuelve irresponsable y enjuiciosa. Los conflictos nos pueden suceder con cualquier persona que se nos cruce por nuestro camino, en el trabajo, la calle, con amistades, hasta en la misma familia.
Para que exista una verdadera comunicación tiene que haber una puesta en común, me comparto contigo, recibo lo tuyo aceptando lo que no me gusta y disfrutando más lo que me gusta. Para que una comunicación sea asertiva, tiene que ser verás, congruente y directa. Si empezamos con chismes, juicios o con incongruencias entre lo que expresamos y lo que sentimos, ahí se comienza a atorar la comunicación.
Cuando en una familia, en pareja comienzan a haber juicios de valor, críticas, burlas irrespetuosas que no le dejan nada al otro, es momento de pensar a dónde realmente quiero llegar con eso que estoy descargando, o si realmente es con él mi problema o son cosas que vengo arrastrando de tiempo atrás. Cuando comienzan a haber gritos se cierra la comunicación.
Es lo mismo con nuestros hijos. Qué es lo que realmente quiero que se le quede a mi hijo de lo que le estoy diciendo. Quiero que se le quede el mensaje de que es un flojo y un burro, o que se le quede el mensaje de que yo confío en el y que mi deseo es que salga adelante y dé lo más que pueda.
Es por ello que en la terapia Gestalt se resalta la importancia de una comunicación responsable con quién sea que nos queramos comunicar. Para que sea responsable es necesario que sea directa, hablada en primera persona, completa, honesta, clara, congruente y útil al otro.
Así que para la próxima que quiera decirle algo al otro, está muy bien, sólo tengo que pensar que lo que le diga puede ser algo que lo va a marcar, y más siendo mi hijo, quién tanta confianza tiene en mí, que lo que le diga seguramente se lo va a creer.